La bonita vecindad. El redescubrimiento de lo cotidiano

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Se vislumbra en las actividades una incipiente dimensión económica, que tiene gran potencial, que permitiría dinamizar la vida de barrio.

Diario El Centro | domingo 27 de noviembre de 2016

Francisco Letelier T. Sociólogo U.C. del Maule, investigador CEUT. Alejandra Rasse F. Socióloga PUC, Investigadora CEDEUS

La precariedad del espacio pú­blico vecinal. Actualmente, gran parte de los espacios públicos que utilizamos todos los días son produ­cidos y reproducidos desde una lógi­ca que pone al mercado en el centro, en lugar de ser construidos desde sus habitantes, desde lo que piensan y desean para su ciudad. En conse­cuencia, la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad hoy no co­rresponde a su ritmo ni a sus sueños sino, como dice Lefevbre «su desa­rrollo es impuesto por el mercado, el sistema de equivalencias, por el marketing y la publicidad».

El barrio no escapa a esta situa­ción. La forma en que se constru­yen villas, poblaciones, condominios y ciudades: dispersas, segregadas, con espacios públicos precarios, sin equipamiento adecuado, afecta la calidad de la vida vecinal. El ba­rrio, como el primer espacio público que enfrentamos al salir de nues­tra vivienda, se empobrece tanto en su calidad material, como en lo que ofrece al vecino en un plano social y simbólico.

Esta lógica de construcción de la ciu­dad se complementa con una serie de transformaciones sociales expe­rimentadas en las últimas décadas, entre ellas, el avance de los procesos de individuación y el debilitamiento de las identidades compartidas, y un aumento de la sensación de temor e inseguridad entre los habitantes de las ciudades. Así. en el contexto de identidades comunes débiles, de espacios públicos poco atractivos e inmersos en el discurso de la inse­guridad, muchos están optando por un entorno más controlado. Esto se refleja, por ejemplo, en el reempla­zo del parque por el mall como lugar para pasear por parte de muchas fa­milias, o en la fuerza que han toma­do los condominios cerrados, en que se quita la característica de público al espacio común, y se aumenta el control (y en algunos casos, la vigi­lancia) sobre ellos. Los que no tie­nen acceso a este tipo de conjuntos huyen «hacia adentro»: la televisión, los juegos de video y el internet son vistos como posibilidades para me­jorar las condiciones de confort al interior de la vivienda, y resolver dentro de esta los tiempos de ocio y entretención. Así, en muchos barrios abiertos los niños están en casa y la relación que establecen con los ve­cinos o personas que habitan el ba­rrio no es un factor importante en la vida cotidiana de este grupo. Es po­sible observar esta nostalgia de ju­gar en el barrio transversalmente, en vecinos de muy diversos estratos socioeconómicos. Tras estas tenden­cias, es posible leer entre líneas una suerte de renuncia a la ciudad.

Lo paradójico es que por más que huyamos, el barrio está ahí, sigue existiendo. Parece imposible vivir sin mínimos niveles de presencia, contacto e interacción con los otros (caminar a la parada del bus, mirar desde el automóvil, comprar el pan, etc.). Asimismo, el barrio es el lugar más fiel. Cuando no se puede acce­der al consumo, se puede igualmen­te ser parte de un lugar, recorrerlo y saberlo conocido; sentarse en la pla­za, saludar a uno que otro vecino.

e incluso se puede «fiar» el pan del día. Así, para muchas familias, el ba­rrio es un espacio tan precario como inevitable, por lo que resulta impor­tante encontrar formas de redefinir la relación que se tiene con él.

 

El poder transformador de las Fiestas Vecinales. Según Villasante,» la revolución de la vida cotidia­na, aquella que rompe la alienación cotidiana que nos incapacita para si­tuamos en la calle con los otros, que genera una disposición abierta a la innovación y a la creatividad, pue­de hacerse con risas, con música, y con expresión de los propios cuer­pos, lo menos controlado posible por lo institucional. Esto permite salir de la rutina, y mirar los espacios de la ciudad con ojos nuevos, no desde lo que son, sino desde lo que podrían llegar a ser. Por la fiesta lo del cielo desciende a la tierra y lo de la tierra asciende al cielo. Lo del individuo transita a persona y la persona avanza a comunidad». La festividad y el juego son presentados como una alegre posibilidad y con potencia transformativa en la ruptura de lo ordinario, donde las condiciones de la cotidianeidad son alteradas y en muchos casos subvertidas.

 

Esta ruptura de lo ordinario permite alzar propuestas alternativas y transitorias de ciudad, enseñando «a los individuos comunes todo un repertorio de maneras posibles de apropiación de la calle». La fiesta puede ser leída como una práctica de «urbanismo táctico», en tanto que acciones informales, de corto plazo, nacidas del empoderamiento de un grupo de personas, pueden generar transformaciones urbanas de mayor alcance. Asimismo, el espacio festivo puede «crear barrio». Si se entiende que no todo segmento de la ciudad es un barrio, sino que para que éste surja debe haber apropiación e identidad comunitaria, la fiesta puede generar procesos que movilicen a los habitantes y hagan comparecer el barrio. Tomando en cuenta lo anterior, la ocupación festiva de los espacios públicos vecinales puede aportar significativamente en la transformación de la relación de las personas con sus entornos urbanos próximos y de las relaciones de convivencia entre sí. La fiesta permitiría reconstituir el vínculo entre el espacio y el habitante; construir y significar su entorno, vivir el barrio y la ciudad desde su valor de uso, y en este sentido, reivindicar su derecho a la ciudad. De este modo, y parafraseando a Beck, «la fiesta podría contribuir a traer del reino de los muertos a los espacios vecinales y barriales.

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Fiestas vecinales en Talca. Desde el año 2013 se vienen realizando sistemáticamente en Talca y otras ciudades de la región fiestas y ferias enmarcadas en principios como la autogestión, la economía solidaria y el buen vivir. En general son experiencias animadas por colectivos y redes de jóvenes inquietos por utilizar creativa y críticamente los espacios públicos. El ejemplo de estas iniciativas está impulsando el resurgimiento de fiestas y ferias en barrios, animadas por las propias comunidades (decimos resurgimiento dado que la fiesta barrial fue una práctica bastante común hasta los años 70). Al estar estas experiencias incrustadas en los propios territorios y en sus redes sociales, tienen un gran poder para promover cambios en la forma en que las personas se relacionan entre sí y con su espacio vecinal.

Dos ejemplos recientes de estas experiencias, que tuvieron lugar en Talca, muestran con claridad las potencialidades de estas fiestas en términos del resurgimiento del barrio. El primer caso se trata de la segunda versión de la feria con que la Mesa Territorial de la Unidad Vecinal 46 conmemora su aniversario. Es una iniciativa organizada por diversas poblaciones y villas: Don Sebastián, Manuel Larraín, Astaburuaga y Villas Unidad, todas las cuales participan de un esfuerzo por articular organizaciones de un mismo territorio. En este contexto, la fiesta cumple una función simbólica muy importante al generar un hito que vincula a dirigentes y vecinos y los pone en la perspectiva de habitar y disfrutar de un territorio compartido, creando identidad y, en último término, celebrando «ser un barrio».

La segunda versión de esta fiesta se realizó en Villas Unidad (la primera fue en Don Sebastián) y congregó a vecinos y vecinas en tomo al disfrute colectivo del espacio público y de expresiones artísticas y culturales del propio sector y de otros lugares de la ciudad. Una iniciativa que vale la pena destacar es un concurso y exposición de dibujos acerca del barrio que protagonizaron niños y niñas. En sus trabajos es posible apreciar tanto el imaginario que tienen acerca del barrio, por ejemplo, una bonita plaza, bien equipada y limpia, pero vacía; como sus aspiraciones, representadas en espacios con mucha gente, colores y alegría. Resulta interesante señalar que se trata de actividades sencillas, pero al mismo tiempo, con enorme potencial para replantear la vida cotidiana y poner de relieve lo que se desea para el barrio.

El segundo caso lo encontramos en el sector Entre Ríos, ubicado a un costado de la ex fábrica de papeles y cartones Schorr y Concha. Es la primera Fiesta de Difusión Cultural Vecinal. Se basa en la idea de que cuando existe el impulso adecuado, las personas dejan sus espacios privados, se vinculan unos con otros y de ese modo recrean la vida comunitaria. La fórmula que se utilizó para crear un espacio de disfrute colectivo fue convocar a todos quienes desarrollaban una actividad productiva, artesanal o cultural y de ese modo se abrió un espacio para que los diversos talentos de vecinos y vecinas se pusieran en común en el espacio público. La comunidad se reconoció en una nueva dimensión y se percibió capaz de animar su propia vida vecinal. Junto con lo anterior la iniciativa permitió consolidar el grupo de trabajo que la impulsó, atrayendo a más personas interesadas en promover espacios colectivos y se construyeron redes con organizaciones internas y externas que permitirán ampliar la paleta de recursos disponibles para futuras acciones. Como se puede apreciar, en este caso el barrio no solo reaparece en la fiesta, sino que además se vuelve un recurso concreto, un activo para vecinos a quienes les sirve mostrar su actividad o sus productos. No se trata de una cuestión puramente simbólica, sino también funcional.

En estas experiencias se puede observar la capacidad de la acción festiva vecinal para reconfigurar espacios y relaciones en diferentes niveles. El primero y fundamental es el de promover el vínculo social, el encuentro y alteridad. El segundo es la capacidad para que ese mismo encuentro redefina y amplíe las posibilidades del uso del espacio público: lo que ocurre todos los días en el barrio, ¿es lo que queremos, o quisiéramos algo distinto? El tercero es su potencial para abrir una dimensión nueva en la práctica vecinal, ya no solamente centrada en los problemas tradicionales y en las formas comunes de participación, sino que también en relación a la propia reconstitución del espacio vecinal por la vía de movilizar recursos que están latentes: vivir juntos es un activo, un poderoso recurso al que se puede echar mano. Finalmente, en los dos casos, al hacerse visible el hecho de que en el vecindario podemos resolver un conjunto de necesidades que usualmente solo asociamos con sectores comerciales, se vislumbra una incipiente dimensión económica que tiene gran potencial, que permitiría dinamizar la vida de barrio, dar movimiento a sus calles, y ayudar a desplazar el temor. Resulta particularmente interesante que nada de esto es realmente nuevo: solo estamos redescubriendo al barrio, que de estar tan cerca, había pasado desapercibido.

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