María Elena Ducci es fundadora y parte del directorio de la organización democrática comunitaria Ciudad Viva, que actualmente desarrolla diversos proyectos y cuya presidenta es la alcaldesa de Providencia, Josefa Errázuriz.
Ducci, quien hace algunas semanas estuvo en Talca como panelis- ta en un foro sobre los efectos del terremoto en la acción colectiva, estudió Arquitectura en Santiago y luego se tituló como doctora en urbanismo en México, país donde vivió durante casi 20 años.
Ha estado involucrada con los grupos ciudadanos desde la década de los 90, colaborado con distintas organizaciones.
Todo comenzó en México, donde una de sus tesis de maestría fue sobre la evolución de un barrio popular. Allí también realizó estudios en sectores de clase media, lo que le permitió enfrentar y comparar distintas realidades. «Ahí vi que la fuerza de los ciudadanos puede hacer que una ciudad sea mejor o no», afirma Ducci.
¿Cómo se está desarrollando en Chile la defensa del derecho a la ciudad?
«Yo creo que esto del movimiento ciudadano no lo para nadie, porque es parte del desarrollo. Uno ve las ciudades europeas y se pregunta: ¿Cómo respetan que no pongan torres de 40 pisos? Pero si los ciudadanos europeos no hubieran defendido sus barrios a brazo partido, no tendrían esas leyes que los protegen. En Chile yo creo que el tema ha avanzado rápidamente y la conciencia ciudadana está aumentando. Uno lo ve cuando oye a los líderes ciudadanos y observa cómo se empo- deran. En seis meses descubren eso. Yo creo que cada vez van a influir más en las políticas públicas y eso es positivo».
¿Qué cree usted que ha detonado la fuer/a que han alcanzado los movimientos ciudadanos en los últimos años en nuestro país?
«Yo creo que tiene que ver con el nivel de desarrollo del país. En la medida que nosotros somos más educados como sociedad, la gente sabe pelear por sus derechos. Es una forma de mejorar las democracias y por eso lo encuentro tan positivo».
¿Cuál es el verdadero poder que tienen los ciudadanos?
«El verdadero poder está en que uno se crea el cuento y se alíe con otros grupos. Ahí cambia totalmente la capacidad de negociación. O sea, la gente de los mercados sale a la calle y para una ciudad. Entonces, los alcaldes les tienen pánico. Y los grupos
ciudadanos están descubriendo su poder y puede llegar mucho más lejos de lo que ha sido hasta ahora».
O sea, se entiende que en la unión está la fuerza…
«Claro, pero también hay otro tema. Si uno le pregunta a los ciudadanos, dicen ‘no me toquen mi barrio’. Pero las ciudades tienen que cambiar. Lo que tenemos que analizar es qué ciudad queremos y esa discusión todavía no la estamos teniendo. En eso yo siento que estamos atrasados».
En el caso de las construcciones inmobiliarias, usted ha dicho que el problema no necesariamente es el mercado…
«Por supuesto. El problema es cómo se está llevando este tema. El mercado siempre ha existido, pero depende de qué cosas uno le acepte. Aquí se entiende el mercado como hacer 40 pisos si me dejan, entonces cada empresario tiene que hacer lo máximo para poder sobrevivir. Cuando París decidió poner torres de 40 pisos, hizo un barrio fuera de la ciudad para no destruir su gran valor en el centro. Nosotros estamos destrozando nuestros valores y, a mediano plazo, como mercado económico es una estupidez. Hay una falta de visión increíble».
Usted decía que es necesario densificar las ciudades, pero no de la forma como se está llevando a cabo actualmente…
«Hay formas de densificar que son muy agradables para la calidad de vida y se pueden conservar las condiciones de vida que tiene una ciudad como Talca, pero no de una forma salvaje donde se pone una torre de 20 pisos al lado y mata a todas las casas que hay alrededor».
Una de las críticas efectuadas al proceso de reconstrucción es que las grandes inmobiliarias se están apoderando del centro histórico de las ciudades. ¿Qué opina usted?
«Es algo completamente criticable, pero estamos equivocados sobre a quién criticar. Yo también empecé diciendo que el gran enemigo es la inmobiliaria, pero el gran enemigo es el que le permite construir 15 pisos. Son las normas que existen. ¿Y quiénes las fijan? Las personas que nosotros elegimos. Y eso es lo que todavía no nos hemos dado cuenta».
En el último tiempo, hemos visto cómo líderes de movimientos sociales pasaron de estar en la calle a buscar espacios en la esfera pública. ¿Considera usted que ese es un paso necesario?
«Cuando la fruta está madura, cae. Si eso no pasa, van a empezar a haber conflictos sociales muy complicados. Entonces, esto es absolutamente necesario. Y estamos maduros como país para tener esa visión desde nuestras autoridades. La necesitamos, porque alguien tiene que ir cambiando los reglamentos, dando los permisos y fijando las normas para que tengamos la ciudad que queremos».
Algunos prefieren no involucrarse en un sistema que ellos critican…
«Entonces no van a influir más que quemando las cosas de la esquina. Estamos todos tan hasta la corona con los políticos que pensamos que estar adentro es entrar a la corrupción, al amiguismo… ¡No! Hay otras formas de hacer política. Y a mí lo que me encanta de los movimientos de los jóvenes es que tienen una parada diferente. Ellos están convencidos de que van a cambiar las cosas, pero sin matar a nadie».